El valor de una sonrisa
Cada uno, desde nuestros respectivos lugares desarrollamos tareas distintas en de corazón. Recaemos en enseñar hábitos, letras, números, modales, etc.; pero detrás de esto hay un condimento que subyace a todo acto educativo, el vínculo afectivo que uno crea con el otro. Con el adulto, como compañero, aconsejando, escuchando; con el niño como ejemplo en ciertas oportunidades, como par en otras.
Damos y estamos predispuestos en nuestra tarea a acercarnos al otro, a llegar a través de algo tan esencial como un plato de comida o un vaso de leche.
Pero si hay algo de lo que estamos seguros es que la vuelta de ese esfuerzo es sumamente gratificante, es muchas veces un aliciente a nuestros propios problemas. Es ese acto puntual donde un “gracias” adquiere distintas formas, por ejemplo una sonrisa.
Pretendemos de muchas maneras que estos niños sigan siendo niños verdaderamente, con sus derechos, viviendo como debe ser y principalmente no cargando con obligaciones propias de nosotros, los adultos. A esto nos hace recordar sus sonrisas, ese genuino gesto que devela su inocencia. A esto nos hace acordar cada vez que exigen atención, que buscan generar un abrazo sin motivo.
En cualquier circunstancia donde uno se acerca a otra persona como par, disponiéndose con el corazón a brindar ayuda, lo afectivo cobra un poder inconmensurable que muchas veces es el motor principal para que toda tarea, por más simple que sea, se vuelva perdurable y fructífera.
Como menciona José Luis Cortés “Sonreír es la mejor forma de cambiar el mundo”.